Transformación de Impresiones
El Primer Choque Consciente consiste en transformar las impresiones que nos llegan. Si se consigue transformar las impresiones que llegan a la mente en el momento de su entrada, se consiguen magníficos resultados que benefician a nuestra existencia. Siempre se puede trabajar en el resultado de las impresiones. Claro está que caducan sin efecto mecánico ya que esta mecanicidad suele ser desastrosa en el interior de nuestra psiquis.
Este trabajo esotérico gnóstico debe ser llevado hasta el punto donde entran las impresiones, porque son distribuidas mecánicamente en lugares equivocados por la personalidad para evocar antiguas reacciones. Voy a tratar de simplificar esto. Pongamos como ejemplo lo siguiente: Si arrojamos una piedra a un lago cristalino, en el lago se producen impresiones y la respuesta a esas impresiones dadas por la piedra se manifiesta en ondas que van desde el centro a la periferia.
Ahora, imagínense a la mente como un lago. De pronto, aparece la imagen de una persona, esa imagen es como la piedra de nuestro ejemplo que llega a la mente. Entonces, la mente reacciona en forma de impresiones. Las impresiones son las que produce la imagen que llega a la mente y las reacciones son las respuestas a tales impresiones. Si se tira una pelota contra un muro, el muro recibe las impresiones, luego viene la reacción que consiste en el regreso de la pelota a quien la mandó. Bueno, puede ser que no llegue directamente pero de todas maneras rebota la pelota y eso es reacción.
El mundo está formado por impresiones, por ejemplo: Nos llega la imagen a la mente a través de los sentidos. No podemos decir que ha llegado la mesa o que la mesa se ha metido en nuestro cerebro, eso es absurdo, pero sí está metida la imagen de la mesa, entonces nuestra mente reacciona inmediatamente diciendo: Esta es una mesa de madera o de metal, etc. Hay impresiones que no son muy agradables, por ejemplo: Las palabras de un insultador ¿no? ¿Podríamos transformar las palabras de un insultador?.
Las palabras son como son, entonces, ¿qué podríamos hacer? Transformar las impresiones que tales palabras nos producen y esto es posible. La Enseñanza gnóstica nos enseña a cristalizar la Segunda Fuerza, el Cristo en nosotros, mediante el postulado que dice: "Hay que recibir con agrado las manifestaciones desagradables de nuestros semejantes".
En el postulado anterior se encuentra el modo de transformar las impresiones que producen en nosotros las palabras de un insultador. Recibir con agrado las manifestaciones desagradables de nuestros semejantes. Este postulado nos llevará naturalmente hasta la cristalización de la Segunda Fuerza, el Cristo en nosotros; hará que el Cristo venga a tomar forma en nosotros.
Si del mundo físico no conocemos sino las impresiones, entonces, propiamente, el mundo físico no es tan externo como creen las gentes. Con justa razón dijo Emmanuel Kant: "Lo exterior es lo interior". Si lo interior es lo que cuenta, debemos pues transformar lo interior. Las impresiones son interiores, por lo tanto, todos los objetos y cosas, todo lo que vemos, existe en nuestro interior en forma de impresiones. Si nosotros no transformamos las impresiones nada cambiará en nosotros. La lujuria, codicia, orgullo, odio, etc., existen en forma de impresiones dentro de nuestra psiquis que vibra incesantemente. El resultado mecánico de tales impresiones han sido todos esos elementos inhumanos que llevamos dentro y que normalmente los hemos llamado yoes, que en su conjunto, constituyen el mí mismo, el sí mismo.
Supongamos, como ejemplo, que un individuo ve a una mujer provocativa y que no transforma esas impresiones, el resultado será que las mismas, de tipo lujurioso, producen en él el deseo de poseerla. Tal deseo viene a ser el resultado de la impresión recibida y se cristaliza, toma forma en nuestra psiquis y se convierte en un agregado más, es decir, en un elemento inhumano, un nuevo tipo de yo lujurioso que viene a agregarse a la suma de elementos inhumanos que en su totalidad constituyen el ego.
En nosotros existe ira, codicia, lujuria, envidia, orgullo, pereza y gula. Ira, ¿por qué? Porque muchas impresiones llegaron a nosotros, a nuestro interior, y nunca las transformamos. El resultado mecánico de tales impresiones de ira forman los yoes que existen y que vibran en nuestra psiquis y que constantemente nos hacen sentir coraje.
Codicia, ¿por qué? Indubitablemente, muchas cosas despertaron en nosotros codicia: el dinero, las joyas, las cosas materiales de toda clase, etc. Esas cosas, esos objetos, llegaron a nosotros en forma de impresiones. Nosotros cometimos el error de no haber transformado esas impresiones en otras cosas diferentes, en una atracción por la belleza, en alegría, etc. Tales impresiones no transformadas, naturalmente se convirtieron en yoes de codicia que ahora cargamos en nuestro interior.
Lujuria, ¿por qué? Ya dije que distintas formas de lujuria llegaron a nosotros en forma de impresiones, es decir, surgieron en el interior de nuestra mente imágenes de tipo erótico cuya reacción fue la lujuria. Como quiera que nosotros no transformamos esas ondas lujuriosas, ese erotismo malsano, naturalmente que el resultado no se hizo esperar, nacieron nuevos yoes morbosos en nuestra psiquis.
Así pues, hoy mismo nos toca trabajar sobre las impresiones que tengamos en nuestro interior y sobre sus resultados mecánicos. Dentro tenemos impresiones de ira, codicia, gula, orgullo, pereza, envidia y lujuria. También tenemos dentro los resultados mecánicos de tales impresiones, manojo de yoes pendencieros y gritones que ahora necesitamos comprender y eliminar.
Tal trabajo de nuestra vida consiste en saber transformar las impresiones, y también, en saber eliminar los resultados mecánicos de impresiones no transformadas en el pasado. El mundo exterior propiamente no existe. Lo que existen son impresiones y las impresiones son interiores, y las reacciones de tales impresiones son completamente interiores.
Nadie podría decir que está viendo un árbol en sí mismo. Estará viendo la imagen del árbol pero no el árbol. La cosa en él, como decía Emmanuel Kant, nadie la ve, se ve la imagen de las cosas, es decir, surge en nosotros la impresión sobre un árbol, sobre una cosa, y éstas son internas, son de la mente.
Si uno no hace modificaciones propias, internas, el resultado no se deja esperar: se produce el nacimiento de nuevos yoes que vienen a esclavizar aún más a nuestra esencia, a nuestra conciencia, que vienen a intensificar más el sueño en que vivimos. Cuando se comprende realmente todo lo que existe dentro de uno mismo con relación al mundo físico, que no son más que impresiones, se comprende también la necesidad de transformar esas impresiones, y al hacerlo, se produce la transformación de uno mismo.
No hay cosa que duela más que la calumnia o las palabras de un insultador. Si uno es capaz de transformar las impresiones que nos producen tales palabras, pues esas quedan entonces sin valor alguno, es decir, quedan como un cheque sin fondos. Ciertamente, las palabras de un insultador no tienen más valor que el que les da el insultado. Así que si el insultado no les da valor, repito, quedan como un cheque sin fondos. Cuando uno comprende esto, transforma entonces las impresiones de tales palabras, por ejemplo, en algo distinto, en amor, en compasión por el insultador y esto, naturalmente, significa transformación. Así pues, necesitamos estar transformando incesantemente las impresiones, no sólo las presentes sino las pasadas y las futuras.
Dentro de nosotros existen muchas impresiones que cometimos el error en el pasado de no haberlas transformado, y muchos resultados mecánicos de las mismas que son los tales yoes que ahora hay que desintegrar, aniquilar, a fin de que la conciencia quede libre y despierta. Es indispensable reflexionar sobre lo que estoy diciendo. Las cosas, las personas, no son más que impresiones dentro de nosotros, dentro de nuestras mentes. Si transformamos esas impresiones, transformamos radicalmente nuestra vida.
Cuando en uno hay, por ejemplo, orgullo, éste tiene por basamento a la ignorancia. Sentirse, por ejemplo, una persona orgullosa de su posición social, de su dinero. Pero si esa persona, por ejemplo, piensa que su posición social es una cuestión meramente mental, que son una serie de impresiones que han llegado a su mente, impresiones sobre su estado social; cuando piensa que tal estado no es más que una cuestión mental o cuando analiza la cuestión de su valor, viene a darse cuenta que su posición existe en su mente en forma de impresiones. Esa impresión que produce el dinero y la posición social, no es más que las impresiones externas de la mente. Con el solo hecho de comprender que son sólo impresiones de la mente, hay transformación sobre las mismas. Entonces, el orgullo, por sí mismo, decae, se desploma y nace en forma natural en nosotros la humildad.
Continuando el estudio de los procesos de la transformación de las impresiones, proseguiré con algo más. Por ejemplo, una imagen de una mujer lujuriosa llega a la mente o surge en la mente, tal imagen es una impresión, eso es obvio. Nosotros podríamos transformar esa impresión lujuriosa mediante la comprensión. Bastaría con que pensáramos en ese instante que esa mujer ha de morir y que su cuerpo se volverá polvo en el panteón, y si con la imaginación viésemos su cuerpo en desintegración dentro de la sepultura, sería esto más que suficiente como para transformar esa impresión lujuriosa en castidad. Si no se transforma, se sumará a los otros yoes de la lujuria.
Conviene que mediante la comprensión transformemos las impresiones que surgen en la mente. Resulta altamente lógico que el mundo exterior no es tan exterior como normalmente se cree. Es interior todo lo que nos llega del mundo porque no son más que impresiones internas.
Nadie podría meter un árbol dentro de su mente, una silla, una casa, un palacio, una piedra. Todo llega a nuestra mente en forma de impresiones, eso es todo; impresiones de un mundo que llamamos exterior y que realmente no es exterior como se cree.
Resulta impostergable que nosotros transformemos las impresiones mediante la comprensión. Si alguien nos saluda, nos alaba, ¿cómo podríamos transformar la vanidad que tal o cual adulador podría provocar en nosotros? Obviamente, las alabanzas, las adulaciones, no son más que impresiones que nos llegan a la mente y ésta reacciona en forma de vanidad; pero si se transforman esas impresiones, la vanidad se hace imposible. ¿Cómo se transformarían las palabras de un adulador? Mediante la comprensión.
Cuando uno realmente comprende que no es más que una infinitesimal criatura en un rincón del Universo, de hecho transforma por sí mismo esas impresiones de alabanza, de lisonja, en algo distinto; convierte a tales impresiones en lo que son: polvo, polvareda cósmica, porque comprende uno su propia posición.
Sabemos que la Galaxia en que vivimos está compuesta por millones de mundos. ¿Qué es la Tierra? Es una partícula de polvo en el infinito. Y si nosotros dijéramos que somos unos organismos micro-orgánicos de esa partícula, ¿entonces qué? Si nosotros comprendiéramos esto cuando nos adulan, haríamos una transformación de las impresiones que se relacionan con la lisonja y la adulación o alabanza y no reaccionaríamos como resultado en forma de orgullo.
Tanto más reflexionemos en esto, veremos más y más la necesidad de una transformación completa de las impresiones. Todo lo que vemos externo es interior. Si no trabajamos con el interior vamos por el camino del error porque no modificaremos nuestros hábitos. Si queremos ser distintos, necesitamos transformarnos íntegramente, y debemos empezar por transformar las impresiones. Transformando las impresiones animales y bestiales en elementos de devoción, entonces surge en nosotros la transformación sexual, la transmutación.
Incuestionablemente, este aspecto de las impresiones merece ser analizado en forma clara y precisa. La personalidad, que hemos recibido o adquirido, recibe las impresiones de la vida pero no las transforma porque prácticamente es algo muerto.
Si las impresiones cayeran directamente sobre la Esencia, es obvio que serían transformadas porque, de hecho, ella las depositaría exactamente en los centros correspondientes de la máquina humana.
Personalidad es el término que se aplica a todo cuanto adquirimos. Es claro que traduce impresiones de todos los lados de la vida de un modo limitado y prácticamente estereotipado con arreglo a su calidad y asociación.
A este respecto, en el trabajo esotérico gnóstico, se compara a veces a la personalidad como una pésima secretaria que está en la oficina de enfrente, que se ocupa de todas las ideas, conceptos, preconceptos, opiniones y prejuicios.
Tiene muchísimos diccionarios, enciclopedias de todo género, libros de referencia, etc., y está comunicada con los centros, es decir, el mental, el emocional y los centros físicos -intelectual, motor, emocional, instintivo y sexual-, con arreglo a sus inusitadas ideas. Como consecuencia o corolario, resulta de ello que se pone en comunicación casi siempre con centros equivocados. Esto significa que las impresiones que llegan son enviadas a centros equivocados, es decir, a lugares que no le corresponden, produciendo, naturalmente, resultados equivocados.
Pondré un ejemplo para que se me entienda mejor: Supongamos que una mujer atiende con mucha consideración y respeto a un caballero; claro es que las impresiones que el caballero está recibiendo en su mente son recibidas por la personalidad y ésta las manda a centros equivocados. Normalmente las manda al centro sexual y este caballero llega a creer firmemente que la dama está enamorada de él, y como es lógico, no tarda mucho tiempo en que él se apresure a hacerle insinuaciones de tipo amoroso.
Indubitablemente, si aquella dama jamás ha tenido esa clase de preocupaciones por el caballero, no deja de sentirse, con mucha razón, sorprendida. Ese es el resultado de una pésima transformación de las impresiones. Vemos aquí cuán mala secretaria es la personalidad. Indiscutiblemente, la vida de un hombre depende de esta secretaria que busca la transformación en sus libros de referencia, sin comprender en absoluto lo que significa en realidad el suceso y transmite, en consecuencia, sin preocupaciones por lo que pueda ocurrir, pero sintiendo únicamente que está cumpliendo con su deber.
Esta es nuestra situación interior. Lo que importa comprender en esta alegoría es que la personalidad humana que nosotros adquirimos y que debemos adquirir, empieza a hacerse cargo de nuestra vida.
Incuestionablemente, es inútil imaginar que esto sucede solamente a ciertas y determinadas personas, les sucede a todos quien quiera que sea.
Prueba de ello se halla en la observación de que sí existen numerosas reacciones características producidas por las impresiones que nos llegan. Estas reacciones mecánicas, desgraciadamente, nos gobiernan. Es claro que cada cual en la vida, está gobernado por la vida misma, no importa que se llame liberal o conservador, revolucionario o bolchevique, bueno o malo en el sentido de la palabra.
Es obvio que estas reacciones ante los impactos del mundo exterior constituyen nuestra propia vida. La humanidad, en este sentido, podemos decir en forma enfática, que es completamente mecanicista.
** Samael Aun Weor. La Revolución de la Dialéctica **
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