miércoles, 7 de diciembre de 2016

MADRE MARIA HIJA DE TU HIJO

Virgen Madre, hija de tu Hijo,
la más humilde al par que la más alta de todas las criaturas,
término fijo de la voluntad eterna
Tu eres la que has ennoblecido
de tal suerte la humana naturaleza,
que su Hacedor no se desdeñó de convertirse en su propia obra.
En tu seno se inflamó el amor
cuyo calor ha hecho germinar
esta flor en la paz eterna.
Eres aquí para nosotros meridiano Sol de caridad,
y abajo para los mortales
vivo manantial de esperanza.
Eres tan grande, Señora, y tanto vales,
que todo el que desea alcanzar alguna gracia y no recurre a ti,
quiere que su deseo vuele sin alas.
Tu benignidad no sólo socorre al que te implora,
sino que muchas veces
se anticipa espontáneamente a la súplica.
En ti se reúnen la misericordia,
la piedad, la magnificencia
y todo cuanto bueno existe en la criatura.
Este, pues, que desde la más profunda laguna
del Universo hasta aquí ha visto una a una
todas las existencias espirituales,
te suplica le concedas la gracia de adquirir tal virtud,
que pueda elevarse con los ojos
hasta la salud suprema.
Y yo, que nunca he deseado ver más de lo que deseo que él vea,
te dirijo todos mis ruegos
y te suplico que no sean vanos,
a fin de que disipes con los tuyos todas las nieblas
procedentes de su condición mortal,
de suerte que pueda contemplar abiertamente el sumo placer.
Te ruego, además,
¡oh Reina que puedes cuanto quieres!,
que conserves puros sus afectos después de tanto ver,
que tu custodia triunfe de los impulsos de las pasiones humanas:
mira a Beatriz cómo junta sus manos con todos los bienaventurados
para unir sus plegarias a las mías.

 ¿Lo reconocen? Es el canto 33 del Paraíso, la tercera y última parte de la Divina Comedia, escrita por Dante Alighieri, el más grande de los poetas italianos, nada menos que en el siglo XIV. 

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