Libro: La Sabiduría de Quetzalcóatl
CAPÍTULO 4. QUETZALCÓATL COMO TÍTULO
«Mas en el fondo de todos los misterios, nunca dejaba de brillar la figura hierática y terrible de nuestro señor Quetzalcóatl... Ese Quetzalcóatl se pierde en la noche de los siglos... Cada sacerdote se consideraba, a sí mismo, un Quetzalcóatl, en Tula; pero, en el fondo, lo que sucedía era que los sacerdotes que se cristificaban, tomaban el nombre de Quetzalcóatl, el dios-sol, por el camino de la regeneración debemos entrar, si queremos convertirnos en “Serpientes Emplumadas”, como el señor Quetzalcóatl...»
[Samael Aun Weor. “El Dios Tláloc”]
Quetzalcóatl es también un título espiritual elevadísimo que se ganaban sólo algunos pocos seres que transitaban arduamente por toda una senda interior. Para darnos una idea de quienes podían merecer tal título, vale la pena hacer un recorrido, en forma sintética, de todo el trabajo que hay que realizar.
En primer lugar, debemos poner nuestra atención en saber qué es el nivel del Ser. Así como existen niveles sociales, económicos, académicos, etc., también los hay espirituales. Existe un nivel moral, llamado: El Nivel del Ser. Esto quiere decir, que en un nivel más elevado de moral, hay gente con más virtudes que nosotros, y, en contra parte, en un nivel más bajo de moral, se encuentran personas con muchos más defectos psicológicos que los que poseemos.
El nivel del Ser, o nivel espiritual, atrae las distintas circunstancias de la vida. Si nuestro nivel de Ser está en que somos iracundos, una serie de circunstancias relacionadas con pleitos, odios, conflictos, tendremos en nuestro entorno; si nuestro nivel moral está en el orgullo, entonces el nivel interno generará, como consecuencia, enfermedades, problemas, circunstancias relacionadas con esos defectos psicológicos.
Podríamos quedarnos toda la vida en un mismo nivel de Ser; o incluso, descender a niveles más bajos, siempre con consecuencias más difíciles como: problemas económicos, pérdida de la salud, divorcios, etc.
Pero si nos preocupáramos por auto conocernos, por reconocer y descubrir nuestros propios defectos, en lugar de ver los de los demás, tratando de corregirnos, no viendo el enemigo en los otros, sino dentro de sí mismos, para poder subir un escalón en esa escalera maravillosa de niveles espirituales.
Serpiente emplumada en escalinata del Osario [Chichén Itzá]
Los escalones son discontinuos y, para subir, se deben efectuar cambios de raíz, dejar de hacer muchas cosas que creemos importantes (que en realidad no lo son), por ejemplo, dar rienda suelta a los chismes, ver programas de televisión que no nos aportan nada bueno, todo lo contrario, envenenan nuestra mente. Por otra parte, hay que dejar de lado los hábitos negativos que consumen nuestras fuerzas, la equivocada forma de hablar, como el mentir, el hablar en doble sentido, el juzgar a los demás. En consecuencia, cuando uno logra emanciparse de lo anterior, sube en esa escalera maravillosa de los niveles del Ser.
Si lográramos tales cambios, en nuestra forma de actuar, pensar y sentir, podríamos avanzar realmente por la senda interior, ésa de los guerreros auténticos, que luchan contra las bestias psicológicas que llevan dentro. Esos niveles espirituales, o niveles del Ser, son infinitos.
El tránsito por esos niveles del Ser, se ha alegorizado de distintas formas a través de la historia y las culturas del mundo; un claro ejemplo lo encontramos en la “Flauta Mágica” de Mozart, donde se plasma con asombrosa sencillez ese sendero.
El camino que nos ha de conducir de las tinieblas de la ignorancia, fanatismo y error a la luz de la sabiduría inmortal, se le ha llamado como la Iniciación y consta de varias etapas:
Introducción a la senda
Lo primero que debemos hacer es enfrentarnos a nosotros mismos, reconocer nuestros propios errores, no evadirlos, no justificarlos, no encubrirlos; difícil tarea para realizar hoy en día, pues estamos acostumbrados a mentir a los demás y a mentirnos a sí mismos. Pocos son los capaces de verse a sí mismos tal cual son. Debe realizarse este enfrentamiento a nivel: Astral o de los deseos, mental y de la voluntad. Éstas son las pruebas del Guardián del Umbral.
Después viene la calificación de la moral del candidato, esto a través de las pruebas de los cuatro elementos, donde se prueba la dulzura de carácter en la prueba del fuego, el desapego en la prueba del aire, la capacidad de adaptarse a las diferentes circunstancias de la vida en la del agua y saber sacar partido de las peores adversidades en la prueba de la tierra. Quien pasa esto, entonces puede ser llamado discípulo (Lanú en sánscrito, Chela en tibetano), pues ya tiene la calidad moral para ello.
Sendero probatorio
Serpiente Emplumada [MNA]
Después de esto, se prueba el amor del discípulo, y eso se hace viviendo en forma simbólica, en su vida misma, el drama de Jesús, ya que aparecerá un Cirineo, un Judas, un Pedro, etc., en su vida y, por tanto, deberá mostrar amor por sus semejantes, tal como lo hizo el maestro Jesús, a pesar de ser negado y traicionado. Esto se lleva a cabo en las llamadas nueve iniciaciones de misterios menores.
En cada iniciación se requiere conseguir ciertas virtudes, eliminar defectos y ayudar a la humanidad desinteresadamente.
Todo esto es apenas la primera etapa, denominada “sendero probatorio”. Finalizado este sendero, para los discípulos a prueba, viene la última prueba llamada de Direne, en la cual se prueba la fidelidad y control de las energías creadoras del aspirante; terminado esto, entonces apenas comienza el trabajo en la llamada “Primera Montaña” (son tres etapas llamadas las tres montañas).
Primera Montaña
En la primera etapa del trabajo, se debe trabajar por lograr el despertar de los siete fuegos sagrados relacionados con cada uno de los cuerpos: físico, vital, astral, mental, causal, conciencia y Ser.
Cada uno de ellos implica titánicas tareas en la disolución del ego y muchísimos méritos del corazón logrados en el sacrificio por la humanidad, además de trabajar incansablemente en la magia del amor. Esta tarea se le llama iniciaciones de Misterios Mayores.
Estela de Aparicio [MAX]
Este trabajo lo encontramos simbolizado en la “Estela de Aparicio”, donde se observan siete serpientes (símbolo de los siete fuegos sagrados, llamados también serpientes sagradas) que brotan, tras ser decapitado, de un participante del ritual ancestral llamado “Juego de Pelota”. Ahora bien, en la gnosis preferimos llamarlo “Campo de la Bola Religiosa”. Quien ganaba en este juego (de la existencia) tenía el honor de ser decapitado (haber desintegrado sus defectos psicológicos) para ponerse en contacto con los dioses (las dimensiones superiores de la naturaleza).
«Las siete serpientes, que reemplazan a la cabeza del decapitado, simbolizan, también, que el hombre, que levanta a sus siete serpientes, se convierte en dragón de 7 verdades.»
[Samael Aun Weor. “Magia Crística Azteca”]
Campo de la Bola Religiosa [Chichén Itzá. Foto: José Isabel Mauricio]
Idéntica enseñanza la podemos observar plasmada en uno de los muros que forman el Campo de la Bola religiosa de la zona arqueológica de Chichén Itzá, en la figura el iniciado tiene una palma, representando claramente la fuerza creadora sabiamente canalizada o transmutada (también la vemos en la Estela de Aparicio). El rostro del decapitado, es de una serenidad asombrosa, mostrándonos la actitud psicológica que debemos lograr en meditación para eliminar el ego; además, lo encontramos hincado, mostrándonos el camino de la espiritualidad trascendente.
La cumbre de esta primera etapa es un trabajo fundamentado en el sacrificio por la humanidad, en una iniciación llamada venusta. Ahora bien, el nombre es con base a que es necesario trabajar por amor a la humanidad, si existe egoísmo en uno sería imposible recibirla.
Este proceso es el mismo representado por el nacimiento de Jesucristo, en el pesebre, de la navidad, pero vivida en el corazón del ser humano. Sólo demostrando amor verdadero, con hechos concretos y definitivos, es que se podría vivir este acontecimiento.
Segunda Montaña
Los doce trabajos de Hércules no son hazañas que pertenezcan a un bonito cuento o leyenda, son realidades concretas que debe pasar el iniciado. Los primeros nueve trabajos corresponden a la Segunda Montaña, la cual es llamada: Resurrección.
Cada trabajo es descomunal, por ejemplo: el primer trabajo consiste en la muerte del León de Nemea, que en realidad no está fuera, en algún lugar del mundo, sino que lo llevamos dentro, en nuestro universo interior; es la fuerza de los instintos y pasiones que todo lo devasta y devora. Este trabajo se relaciona con la parte antitética de la Luna.
El segundo trabajo corresponde a matar a la Hidra de Lerna, realmente es el trabajo con los yoes del subconsciente intelectual y está relacionado, obviamente, con Mercurio en su aspecto fatal. Los nueve primeros trabajos corresponden a distintos elementos psicológicos indeseables relacionados con la parte negativa de cada planeta.
Existe una segunda etapa en esta Montaña, son los llamados ocho años de Job, en los cuales la Madre Divina, que está simbolizada por una serpiente, va devorando al iniciado, es decir, haciéndose uno con él. Pero, para que esto suceda, el iniciado debe ser totalmente puro. Aquí ya se es -como dicen en la india- un Naga o serpiente.
Finalizados los ocho años de Job, es cuando el águila del tercer Logos o Espíritu Santo, a su vez, se devora a la serpiente, es decir, el iniciado lo encarna, convirtiéndose en una Serpiente Emplumada o Quetzalcóatl…
Tercera Montaña
Quetzalcóatl [Códice-Telleriano-Remensis]
La tercera montaña, que se llama Ascensión, es en donde se realizan los últimos tres trabajos de Hércules. Los últimos trabajos son para encarnar al Padre y al Hijo, trabajo elevadísimo que sólo han logrado realizarlo seres de la talla de un Hermes Trismegisto, Jesús, Buda, Fuji, Zoroastro, etc.
La encarnación del Cristo interior es una de las metas de todo ser humano que viene al mundo, el Cristo no es una persona, es una fuerza cósmica que hace vivir todo el universo. Estuvo representada por el maestro Jesús, por Krishna en la India y, también, por Quetzalcóatl, como en su momento lo estuvo por Osiris entre los egipcios.
Así, como en el antiguo Egipto, quien lograba este trabajo era un nuevo Osiris; en el cristianismo primitivo esotérico quien llevaba a cabo este sendero, encarnaba al Cristo, no es extraño que en México, quien lo alcanzara, se le diera el título de Quetzalcóatl.
«Cuando uno desintegra el Ego, cuando lo reduce a polvareda cósmica; cuando uno fabrica los cuerpos superiores existenciales del Ser y los convierte en vehículos de oro puro; cuando uno levanta la antorcha del verbo para iluminar el camino de los demás, cueste lo que cueste, incuestionablemente, se convierte, por tal motivo, en una Serpiente Emplumada, en un Quetzalcóatl.»
[Samael Aun Weor. “El Dios Tláloc”]
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